“Historia no contada de los Estados Unidos en Panama” por Oliver Stone

General Manuel Antonio Noriega
18 min readApr 2, 2021

United Fruit Company

En febrero de 1901, mientras, en palabras de McKinley, las tropas estadounidenses instruían, civilizaban y cristianizaban a los filipinos, el Congreso aprobó la Enmienda Platt y se esfumó cualquier ilusión de que Cuba lograse la independencia. La Enmienda Platt concedía a Estados Unidos derecho a intervenir en los asuntos futuros de Cuba, a limitar su deuda y a restringir su poder para firmar tratados. Además, daba a los norteamericanos potestad para establecer una base naval en la bahía de Guantánamo, que les aseguraría el acceso por el este al istmo de Panamá. El gobierno dejó claro que sus soldados no abandonarían la isla hasta que la Constitución cubana incorporase la enmienda.

Nada más terminar la guerra entraron en escena los hombres de negocios apropiándose de todo lo que podían. La United Fruit Company adquirió casi un millón de hectáreas de terrenos azucareros a menos de medio dólar la hectárea. En 1901 Bethlehem Steel y otras empresas estadounidenses ya poseían el 80 por ciento de los minerales cubanos.

En septiembre de 1901, Leon Czolgosz, un anarquista de veintiocho años, mató al presidente McKinley de dos disparos en el estómago durante la Exposición Panamericana de Búfalo. Uno de los anarquistas amigos de Czolgosz declaró que el magnicidio era una protesta contra «los ultrajes perpetrados por el Gobierno norteamericano en las islas Filipinas».[49] Resulta irónico, pero el asesinato terminó por llevar a la Casa Blanca a un imperialista todavía mayor que McKinley: Teddy Roosevelt.

El nuevo presidente apoyaba la construcción a través del istmo de Panamá de un canal que uniera el Caribe con el Pacífico. Pero Panamá era una provincia colombiana y Colombia se negaba a cederla a cambio de los diez millones de dólares que ofrecían los estadounidenses. Roosevelt se ocupó personalmente del asunto y les arrebató el canal de las manos a «esos rufianes de Bogotá».[50] Estados Unidos orquestó una revolución, mandó buques de guerra para mantener a raya al Ejército colombiano y reconoció rápidamente la independencia de Panamá. Obtuvo la Zona del Canal y el derecho a intervenir en los asuntos de Panamá, lo mismo que por la fuerza ya había obtenido en Cuba. Elihu Root, secretario de Guerra, advirtió que la construcción del canal obligaría a Estados Unidos a ejercer de policía de la región, al menos a medio plazo. El canal se completó en 1914, pero los norteamericanos llevaban desempeñando labores policiales desde mucho antes.

A finales del siglo XIX y principios del XX, la United Fruit Company y otras corporaciones insistieron en la conveniencia de contar en la zona con gobiernos estables y sumisos que protegieran sus intereses. Los estadounidenses se hicieron con plantaciones de café y de plátano y con minas, ferrocarriles y empresas de otros sectores. Dedicaron tanto terreno a los productos de exportación que muchos países latinoamericanos llegaron a depender de los alimentos de importación para dar de comer a sus ciudadanos. Los ingresos por venta de materias primas al menos les permitían ir devolviendo su creciente deuda con los bancos extranjeros.

Defender las inversiones cada día más grandes de los empresarios

norteamericanos requería la intervención constante del ejército para sostener gobiernos corruptos y dictatoriales y suprimir movimientos revolucionarios. En 1905 Elihu Root, nuevo secretario de Estado, escribió, con no poca sinceridad: «Ahora los sudamericanos nos odian, sobre todo porque creen que los menospreciamos y queremos intimidarlos».[51] Entre 1900 y 1925, Estados Unidos intervino militarmente en Latinoamérica en repetidas ocasiones. Mandó tropas a Honduras en 1903, 1907, 1911, 1912, 1919, 1924 y 1925; a Cuba en 1906, 1912 y 1917; a Nicaragua en 1907, 1910 y 1912; a la República Dominicana en 1903, 1914 y 1916; a Haití en 1914; a Panamá en 1908, 1912, 1918, 1921 y 1925; a México en 1914; y a Guatemala en 1920.[52] Si no intervino con más frecuencia fue porque a menudo allí donde lo hacía su presencia militar se volvía permanente. Ocupó varios países por un periodo prolongado de tiempo: Nicaragua de 1912 a 1933; Haití de 1914 a 1933; la República Dominicana de 1916 a 1924; Cuba de 1917 a 1922; y Panamá de 1918 a 1920.

Honduras estuvo en manos primero de los españoles, luego de los británicos y por último de los estadounidenses. En 1907 su deuda exterior ascendía a ciento veinticuatro millones de dólares cuando su PNB se quedaba en solo 1,6.[53] Entre 1890 y 1910 las empresas bananeras extranjeras transformaron la nación. Primero los Vaccaro Brothers y luego Sam Hombre Plátano Zemurray compraron extensas plantaciones y a los funcionarios necesarios para evitarse complicaciones. Pronto se les unió la United Fruit Company de Boston. A partir de 1907 cualquier signo de inestabilidad política daba a Estados Unidos el pretexto que necesitaba para intervenir militarmente y reinstaurar al abúlico gobierno de Manuel Bonilla. Los banqueros norteamericanos sustituyeron a su vez a los banqueros británicos y se hicieron con la deuda hondureña. Con la mejora del clima político, la United Fruit pasó de tener siete mil hectáreas en 1918 a treinta mil en 1922 y a más de cuarenta mil en 1924.[54] En 1929 Zemurray vendió todas sus propiedades a la United Fruit y se convirtió en director general de la compañía. Desde ese día, el pueblo de Honduras siempre ha sido pobre.

No les fue mejor a los nicaragüenses. En 1910 intervinieron los marines de Smedley Butler para instaurar un gobierno que respetase los intereses norteamericanos. Cuando la creciente injerencia de Estados Unidos provocó la ira del pueblo, los marines de Butler volvieron a intervenir y derrotaron a los rebeldes: murieron dos mil ciudadanos. Butler empezaba a comprender que su misión consistía básicamente en proteger los intereses de las empresas y los bancos estadounidenses. Le escribió a su mujer: «Es terrible perder tantos hombres en las batallas de esos malditos hispanos, y todo porque Brown Bros. tiene invertido algún dinero por estos pagos».[55] Cuando el Tribunal de Centroamérica para solventar pacíficamente los conflictos de la región, que Roosevelt había instaurado a bombo y platillo en 1907, condenó la intervención, el gobierno hizo caso omiso con el consiguiente y definitivo descrédito para dicho tribunal. El Ejército de Estados Unidos ocupó Nicaragua durante veinte años.

Prescott Bush

En el despacho de Hitler en Múnich colgaba un retrato de Henry Ford. En 1923 confesó a un reportero de The Chicago Tribune: «Ojalá pudiera mandar a mis tropas de asalto a Chicago y otras ciudades norteamericanas para ayudar en las elecciones. Para nosotros, Heinrich Ford es el líder de un futuro Partido Fascista norteamericano que cada vez cuenta con más seguidores». En 1931 declaró a los dirigentes del Detroit News: «Henry Ford es mi inspiración».[125]

Los alemanes también se inspiraron en el nefando flirteo del Estado norteamericano con la eugenesia y la «higiene racial» de los años veinte y treinta. California allanó el camino con esterilizaciones forzadas, con más de un tercio de las sesenta mil programadas, pero otros estados no le anduvieron a la zaga.[126] El dinero de las familias Carnegie y Rockefeller ayudó a financiar las investigaciones que dieron a estas iniciativas su pátina de respetabilidad. En Alemania toda esta actividad no pasó desapercibida. En Mi lucha, Hitler elogió el liderazgo estadounidense en el campo de la eugenesia. Más tarde informó a sus colegas del partido nazi: «He estudiado con gran interés las leyes de varios estados norteamericanos concernientes a la prevención de la reproducción de personas cuya progenie, con toda probabilidad, no tendría ningún valor o resultaría perjudicial para la reserva racial».[127]

Entre dichos estados se encontraba Virginia, cuya decisión de esterilizar a una «débil mental» dio pie a la intervención del Tribunal Supremo en el famoso caso Buck contra Bell de 1927. Haciéndose eco de la opinión mayoritaria, el juez Oliver Wendell Holmes, veterano de la Guerra de Secesión de ochenta y seis años, sostuvo que el hecho de que Buck perdiera su capacidad de procrear era un sacrificio equiparable al de los soldados que daban su vida en tiempo de guerra: «Más de una vez hemos sido testigos de que el bien público reclama la vida de nuestros mejores ciudadanos. Resultaría extraño que no pidiese también a aquellos que ya debilitan la fuerza del Estado uno de estos sacrificios menores […] a fin de evitar que nos domine la incompetencia». Holmes concluyó: «Es mejor para el mundo entero que, en lugar de ejecutar a los vástagos degenerados por los crímenes cometidos o dejar que mueran de hambre por su imbecilidad, evitemos que los manifiestamente inadaptados continúen multiplicándose […]. Con tres generaciones de imbéciles tenemos bastante».[128] Aunque solo California superaba a Virginia en número de esterilizaciones forzadas, algunos virginianos no estaban satisfechos. Con la intención de llevar al límite la legislación estatal sobre esterilización, el doctor Joseph DeJarnette protestó en 1934: «Los alemanes nos están dando una paliza en nuestro propio terreno». [129]

Aunque la mayoría de las empresas que desarrollaban parte de su actividad en la Alemania de Hitler devolvieron a Estados Unidos a todos los empleados norteamericanos en 1939 o 1940, muchas veces el control del negocio siguió en manos de los mismos empresarios alemanes que habían dirigido las filiales estadounidenses. Los beneficios, entretanto, se acumulaban en cuentas bancarias bloqueadas.

Entre los capitalistas norteamericanos con mayores lazos con los nazis se encontraba Prescott Bush, padre del primer presidente Bush y abuelo del segundo. Los investigadores llevan años intentando determinar la naturaleza concreta de las relaciones de Prescott Bush con Fritz Thyssen, rico industrial alemán que financió a Hitler, tal y como él mismo confesó en sus memorias, I paid Hitler [Yo pagué a Hitler], publicadas en 1941. Thyssen acabó por repudiar al dictador nazi y fue encarcelado.

Mientras estuvo en prisión, las enormes riquezas de Thyssen estaban a buen recaudo en ultramar. Una gran parte estaba en manos de la firma de inversiones Brown Brothers Harriman, que la gestionaba por medio del holding Union Banking Corporation. Quien se ocupaba de tan jugosa cuenta era uno de los socios de la firma: Prescott Bush. En 1942 el gobierno norteamericano se incautó de Union Banking Corporation en virtud de la Trading with the Enemy Act [Ley de Comercio con el Enemigo] por su asociación con Bank voor Handel en Sheepvaart NV, entidad bancaria de Rotterdam propiedad de Thyssen. El gobierno se hizo también con otras cuatro compañías relacionadas con el grupo Thyssen, cuyas cuentas también gestionaba Bush: Holland-American Trading Company, Seamless Steel Equipment Corporation, Silesian-American Corporation y la naviera Hamburg-Amerika Line.[130]

Después de la guerra, el gobierno liberó la mayor parte de esos fondos — un dinero mancillado por los nazis — . Bush recuperó las acciones de Union Banking Corporation, IBM los beneficios congelados de Dehomag, y Ford y GM reabsorbieron sus filiales alemanas — e incluso recibieron indemnizaciones porque los bombarderos aliados habían destruido sus fábricas en Europa: hasta treinta y tres millones de dólares en el caso de GM.[131]

Pero esos empresarios no actuaban solos. Muchas compañías norteamericanas siguieron haciendo negocios con la Alemania nazi hasta el ataque japonés a Pearl Harbor. Como Ford Motor Company señaló con satisfacción tras las investigaciones que por su cuenta llevó a cabo de su filial Ford-Werke, al empezar la guerra, doscientas cincuenta empresas estadounidenses poseían activos en Alemania por valor de más de cuatrocientos

cincuenta millones de dólares, de los cuales un 58,5 por ciento pertenecían a las diez más importantes. Entre esas compañías las había tan conocidas como Standard Oil, Woolworth, IT&T, Singer, International Harvester, Eastman Kodak, Gillette, Coca-Cola, Kraft, Westinghouse y United Fruit. Ford solo ocupaba el decimosexto lugar, con un 1,9 por ciento del total de inversiones. Standard Oil y GM encabezaban la lista con un 14 y un 12 por ciento respectivamente.[132]

Muchas de esas compañías estaban representadas por el poderoso bufete de abogados Sullivan and Cromwell, encabezado por John Foster Dulles, futuro secretario de Estado. Su hermano Allen Dulles, futuro director de la CIA, era también socio de la firma. Entre sus clientes se contaba Bank for International Settlement, BIS, fundado en Suiza en 1930 para gestionar las indemnizaciones de guerra entre Estados Unidos y Alemania.

Después de declararse la guerra, este banco continuó ofreciendo servicios financieros al Tercer Reich. La mayoría del oro saqueado durante la invasión nazi de Europa acabó en los sótanos del BIS y, gracias a determinadas transferencias de capital, los nazis tuvieron acceso a unos fondos que normalmente estarían estancados en cuentas bancarias bloqueadas en virtud de la Ley de Comercio con el Enemigo. Varios nazis y algunos de sus partidarios participaron en las operaciones al más alto nivel, por ejemplo, Hjalmar Schacht y Walther Funk, que terminarían en el banquillo de los acusados de Núremberg — aunque Schacht fue declarado inocente — . Thomas McKittrick, abogado norteamericano y presidente del banco, facilitó el proceso y, aunque hablaba de «neutralidad», en realidad ayudó a los nazis. Las operaciones del BIS fueron tan infames que Henry Morgenthau, el secretario del Tesoro, dijo que doce de los catorce directores de la entidad «eran nazis o estaban manejados por los nazis». [133]

Chase, Morgan, Union Banking Corporation y Bank for International Settlements consiguieron ocultar que habían colaborado con los alemanes. Chase siguió operando con la Francia de Vichy, Estado cliente e intermedario del Tercer Reich. Sus depósitos se duplicaron durante la guerra. En 1998 unos supervivientes del Holocausto demandaron a la entidad asegurando que tenía cuentas de aquella época bloqueadas.

Mientras los capitalistas norteamericanos acumulaban ganancias de sus

inversiones en Europa y hacían todo lo posible por congraciarse con el Gobierno germano,[134] Gerald Nye y su fabuloso equipo de investigadores consiguieron brillantemente revelar la sórdida verdad de la influencia y las maquinaciones de bancos y fabricantes de armas y sacar a la luz la fea realidad oculta tras los elevados lemas que hacían marchar a los soldados al frente. Pero las sesiones del comité de Nye tuvieron también otras consecuencias que, en retrospectiva, no podemos dejar de lamentar. En primer lugar, simplificaron en exceso las causas de la guerra. En segundo lugar, reforzaron la tendencia aislacionista de Estados Unidos en el peor momento imaginable, cuando su influencia pudo contribuir a evitar el desastre. Los trabajos del tribunal justificaron la extendida creencia de que Estados Unidos debía evitar alianzas comprometidas y complicarse en los asuntos mundiales. Quizá por única vez en la historia de Norteamérica y a la luz de la amenaza que para la humanidad representaban los fascistas y otros movimientos peligrosos, los estadounidenses equivocaron el objeto de su poderoso sentimiento antibelicista. Cordell Hull diría más tarde que las sesiones del comité de Nye habían tenido «consecuencias desastrosas», porque habían catalizado «un sentimiento aislacionista que iba a atar las manos de la administración en un momento en que debíamos tenerlas libres para que todo el peso de nuestra influencia cayera en el lugar adecuado».[135] En enero de 1935, Christian Century observó: «Noventa y nueve norteamericanos de cada cien tomarían hoy por idiota a cualquiera que sugiriese que, en caso de una nueva guerra en Europa, Estados Unidos tendría que intervenir otra vez».[136]

Pronto, ante los acontecimientos de Europa, muchos reconsiderarían su postura. En primer lugar, Hitler se saltó los acuerdos de limitación de armas impuestos en Versalles. Más tarde, en octubre de 1935, Mussolini invadió Etiopía. Entorpecido el gobierno por la reciente legislación sobre neutralidad, que prohibía la venta de armas a todo país beligerante, y por una población con lealtades muy divididas — los italoamericanos apoyaban en general a Italia; los afroamericanos, a Etiopía — , Estados Unidos permaneció pasivo. La comunidad internacional tampoco condenó la invasión con demasiada firmeza. La Sociedad de Naciones denunció la agresión italiana y quiso imponer un embargo de crudo que habría tenido importantes consecuencias. El Comité de Coordinación pidió colaboración a los países miembros. En aquellos momentos, Estados Unidos producía más de la mitad del petróleo mundial, de modo que una respuesta afirmativa por su parte habría podido disuadir a la Italia fascista. Pero, plegándose al aislacionismo imperante en la opinión pública, Roosevelt optó por no tomar parte y anunció un «embargo moral» de todos los cargamentos de crudo y otros recursos importantes. Este embargo moral, sin embargo, resultó totalmente ineficaz y al cabo de unos meses los envíos del mismo Estados Unidos a Italia casi se habían multiplicado por tres.[137] La Sociedad de Naciones aprobó la imposición de unas sanciones de alcance limitado a la postre ineficaces nacidas de la timidez de británicos y franceses y del temor a provocar a Italia.

Mussolini ganó la apuesta y Hitler y los japoneses sacaron la conclusión de que Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos no tenían estómago para la guerra y preferían ceder a cualquier tipo de acción militar. En enero de 1936, Japón abandonó la Conferencia Naval de Londres y comenzó un ambicioso programa de militarización. En marzo de 1936, tropas alemanas ocuparon Renania. Fue la mano más arriesgada de Hitler y su mayor farol. Más tarde admitiría que cualquier resistencia armada le habría obligado a retroceder. «Las cuarenta y ocho horas posteriores a la entrada en Renania fueron las más angustiosas de mi vida — confesaría — . Si los franceses hubieran enviado tropas en esos momentos, habríamos tenido que retirarnos con el rabo entre las piernas, porque los recursos militares de que disponíamos eran totalmente inadecuados para ofrecer una resistencia siquiera moderada».[138]

La débil respuesta internacional a la guerra civil española fue todavía más descorazonadora. La contienda estalló en julio de 1936 cuando las tropas de Francisco Franco se rebelaron para derribar el gobierno democráticamente elegido e instaurar un régimen fascista. La República se había creado enemigos entre políticos y empresarios norteamericanos por su agresiva política y la férrea regulación de la actividad empresarial. Algunos alegaban que estaba influida por el comunismo y expresaban su temor a que una victoria republicana se saldara con un gobierno comunista en España. El clero estadounidense y los ciudadanos católicos, furiosos por el abierto anticlericalismo de la República, apoyaron a Franco sin ambages, y lo mismo hicieron Hitler y Mussolini, que proporcionaron a los rebeldes mucha ayuda, incluidos aviones, pilotos y millares de soldados. Alemania aprovecharía la contienda para probar las armas y tácticas que más tarde desplegaría contra Polonia y el resto de Europa. Stalin envió aviones y tanques a las fuerzas democráticas, pero sin llegar a aproximarse al respaldo masivo de Berlín y Roma. Roosevelt, sin embargo, no hizo nada por ayudar a la República. Ni tampoco Gran Bretaña o Francia. Siguiendo precisamente el ejemplo británico y francés, Estados Unidos prohibió envíos de armas a los dos bandos, pero la medida solo sirvió para debilitar a las acosadas fuerzas gubernamentales, a las que los rebeldes superaban en material. Ford, General Motors, Firestone y otras empresas norteamericanas suministraron a los fascistas camiones, neumáticos y maquinaria. Texaco Oil Company, que a la sazón dirigía el coronel Thorkild Rieber, un profascista, prometió a Franco todo el petróleo que necesitara, y a crédito. Roosevelt, colérico, amenazó con embargar los cargamentos y multó a la empresa, pero Rieber insistió en su postura, envió el crudo a Hitler y fue tratado como una celebridad en las páginas de la revista Life. [139]

Los estadounidenses progresistas apoyaron sin fisuras a la República. Para gran sorpresa de algunos, en el Senado fue el acérrimo antibelicista Gerald Nye quien encabezó la lucha para mandar las armas que tan desesperadamente necesitaban las tropas republicanas. Unos tres mil bravos voluntarios viajaron a España para combatir a los fascistas: llegaban a Francia y cruzaban los Pirineos furtivamente. Cuatrocientos cincuenta hombres formaron la legendaria Brigada Abraham Lincoln, respaldada por los comunistas, que sufrió ciento veinte muertos y ciento setenta y cinco heridos. Paul Robeson, afroamericano de extraordinario talento — era atleta, intelectual, actor y cantante — , acudió al campo de batalla para entretener a los soldados.

La guerra duró tres años. La República cayó en la primavera de 1939, y con ella no solo cien mil soldados republicanos y cinco mil voluntarios extranjeros, sino los sueños y esperanzas de una gran parte de la humanidad. En 1938 Roosevelt se percató de la futilidad de su postura hasta entonces y empezó a mandar ayuda encubierta al bando republicano. Demasiado poca y demasiado tarde. Su política había sido «un grave error», confesó al gabinete, y advirtió que muy pronto todos pagarían las consecuencias.[140]

El mundo hizo muy poco para impedir la agresión japonesa a China en 1937 aunque muchos testigos la contemplaron horrorizados. Tras empezar con el incidente del puente de Marco Polo en el mes de julio, la lucha se extendió a otras regiones. Con las fuerzas de Jiang Jieshi (Chiang Kai-shek) en retirada, Japón torturó a la población civil china. Cabe destacar sobre todo las atrocidades cometidas en Shanghái y Nankín, con orgías de violaciones, saqueos y asesinatos.

Con las fuerzas fascistas y militaristas en marcha, el mundo se precipitaba rápidamente hacia la guerra. Motivadas en algunos casos por simpatía por los fascismos, en otros por el odio al comunismo soviético y en otros distintos por el temor a hundirse en los mismos abismos que habían motivado el sufrimiento de la contienda anterior, las democracias occidentales observaban con pasividad cómo Italia, Japón y Alemania se preparaban para inclinar por la fuerza la balanza del poder mundial.

CIA en Los 1970's

La América negra estaba al borde de la rebelión. Si antes la mayoría de la población contemplaba pasiva los acontecimientos, ahora los altercados eran cada vez más numerosos. En el verano de 1967 estallaron veinticinco disturbios distintos de dos días de duración o más y treinta de menor importancia. Se produjeron incendios provocados y corrió la sangre por las calles. Agentes de la policía y de la Guardia Nacional mataron a veintiséis afroamericanos en Newark y a cuarenta y tres en Detroit. [42]

Los campus universitarios también eran un hervidero de activistas. En febrero de 1977, después de que se conocieran las operaciones de infiltración manifiestamente ilegales de la CIA y que la agencia financiaba organizaciones en apariencia liberales tanto en Estados Unidos como en el extranjero, los estudiantes estadounidenses se volvieron más radicales. La revista Ramparts hizo saltar chispas al revelar que la CIA financiaba la National Student Association. The New York Times y The Washington Post mencionaron también a otros grupos que no eran más que tapaderas de la agencia. Esos periódicos y otros descubrieron que la CIA había entregado dinero a profesores, periodistas, trabajadores de los servicios de ayuda, misioneros, sindicalistas y activistas en pro de los derechos civiles, todos ellos anticomunistas, para que le hicieran el trabajo sucio. Entre las organizaciones desacreditadas se encontraban Congress for Cultural Freedom, la Ford Foundation, Radio Free Europe y Radio Liberty.

Estalló un clamor popular. Walter Lippmann señaló que para el pueblo norteamericano las actividades encubiertas de la CIA tenían «olor a pozo negro». [43]

El reportaje de Ramparts daba escalofríos. Los servicios de inteligencia se temían la revelación pública de otras operaciones de la agencia. Bajo la supervisión de James Angleton, que dirigió las operaciones de contrainteligencia entre 1954 y 1974, la CIA se había visto envuelta en la creación y utilización de fuerzas de policía y de seguridad y de unidades contraterroristas en diversos países. La obsesión de Angleton con una Unión Soviética amenazante e inclinada al dominio, la conquista y el espionaje salió a la luz en la historia interna de la CIA desclasificada en el año 2007. El Overseas Internal Security Program [Programa de Seguridad Interna en el Extranjero], como se llamaba; había servido para entrenar a setecientos setenta y un mil doscientos diecisiete militares y agentes de policía de veinticinco países distintos y ayudado a crear las policías secretas de Camboya, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Irán, Irak, Laos, Perú, las Filipinas, Corea del Sur, Vietnam del Sur y Tailandia. Muchos de ellos habían recibido instrucción en la School of Americas de Panamá, entre ellos futuros cabecillas de los escuadrones de la muerte de Honduras y El Salvador. A Robert Armory, director de inteligencia de la CIA con los gobiernos de Eisenhower y Kennedy, le preocupaba que esas operaciones y las «tácticas tipo Gestapo» pusieran en peligro a la agencia.[44]

En abril de 1967, cuando el número de soldados norteamericanos en Vietnam ascendía a quinientos veinticinco mil, cientos de miles de personas se manifestaron contra la guerra en Nueva York. El ataque vietnamita a Khe Sanh empezó a últimos de enero de 1968 con empleo masivo de cohetes y misiles. Estados Unidos respondió con las mayores incursiones aéreas de la historia de la guerra. Los bombarderos B-52 soltaron cien mil toneladas de bombas, cohetes y explosivos.

Entretanto, la oposición ciudadana a la guerra se desbordó. El FBI de Hoover, como llevaba años haciendo con el movimiento pro derechos civiles, hizo cuanto pudo por dividirla y acabar con ella. Cientos de agentes del FBI se infiltraron en organizaciones antibelicistas y de nueva izquierda. En 1968 aumentaron su actividad con la inclusión de organizaciones de izquierda en el programa COINTELPRO. El Church Committee [Comité de la Iglesia] informó a la prensa de la forma en que el FBI aprovechaba organizaciones de ideología afín como fuentes de información.[48] En 1965 contaba con veinticinco periodistas en la zona de Chicago y veintiocho en New Haven.[49] La CIA tenía sus propios periodistas. Sus voceros y los del FBI se esforzaron hasta la extenuación por movilizar a los partidarios de la guerra y marginar a sus críticos poniendo en tela de juicio su patriotismo.

En 1964 la CIA, que llevaba inmiscuyéndose en los asuntos de Chile desde 1958, ayudó al moderado Eduardo Frei a derrotar al socialista Allende en las elecciones a la presidencia. A partir de entonces, en unos cuantos años, Estados Unidos gastó millones de dólares en apoyo a los grupos anticomunistas y dio al Gobierno chileno ciento sesenta y tres millones de dólares en ayuda militar, lo cual puso a Chile, en este aspecto, en el segundo lugar entre todos los países latinoamericanos solo por detrás de Brasil, cuyo gobierno reformista Estados Unidos había ayudado a derribar en 1964. Entretanto, el Ejército norteamericano instruyó a unos cuatro mil oficiales chilenos en métodos de contrainsurgencia en bases norteamericanas y en la U. S. Army School of the Americas de la zona del canal de Panamá.[60]

Jimmy Carter

Por tanto, es posible que Carter nunca fuera tan progresista en política exterior como algunos presumen. No obstante, irritó a muchos halcones del CPD al escoger a Paul Warnke, un «blando», como director de la Arms Control and Disarmament Agency, al designar al afroamericano Andrew Young, alcalde de Atlanta, como embajador en la ONU y al sumarse, al menos al principio, al pragmatismo y el apego a la norma de Cyrus Vance y con su compromiso con la disuasión frente al tóxico anticomunismo de Brzezinski. Y eso le permitió conseguir ciertos éxitos: renegociar el Tratado del Canal de Panamá y, en 1978, contribuir a los Acuerdos de Camp David — que condujeron a la retirada de Israel del territorio de Egipto conquistado en la guerra de 1967 y a la reanudación de las relaciones diplomáticas entre ambos países — . Además, hizo grandes avances en el control de armas.

George Herbert Walker Bush

El vicepresidente Bush, por ejemplo, solía presumir de sus firmes aunque nefandas credenciales con el establishment, de sus lazos familiares con los Rockefeller, los Morgan y los Harriman. Tras licenciarse en Yale se había mudado a Texas y, convertido en productor de petróleo, se había presentado sin éxito al Senado en 1970. Richard Nixon fue quien logró su designación a la presidencia del Partido Republicano.

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